Si no fuera por el Chelo

El infierno se hizo para los curiosos. 

San Agustín

-Burro e mierda, ¿qué le picó ahora? -refunfuñó el viejo mientras con los pies tanteaba las chinelas.

-¿Qué pasa? -contestó su mujer, entreabriendo un solo ojo para mirar en el reloj que eran recién las cinco de la mañana.

-El Chelo ta rebuznando -explicó el hombre al tiempo que corría la cortina para averiguar el porqué del alboroto-. ¡Beh!, es don Zárate, subiendo en su bici pa la casa de la Piti.

-¿Tas bien despierto vo´? Si esos dos no se ven de hace una ponchada de años.

-Eso ya lo sé, pero lo acabo de ve´. El pobre viejo ta má viejo que ió, así que la pedaleada le sale má quedita que tranco e babosa y en la subida se tuvo que bajá de la bici -respondió el hombre, sonriendo por su ocurrencia, sin dejar de mirar por la ventana.

La mujer, ya fuera de la cama, se terminó de abotonar el batón y, chancleteando, se dirigió a la cocina.

-Bueno, ya que me dispertaste, me voy a poné´ la pava pal mate, ¿ah? -protestó doña Teresa, pero en realidad le intrigaba también que don Zárate volviera a la casa de su vecina.

Mientras esperaba la señal del primer vapor de la pava, por su cabeza pasaron los recuerdos de don Zárate llegando y yéndose de la casa de su vecina, unos dos kilómetros más arriba de la suya. Piti ahora vivía ahí con Juan, su hermano, pero esa casa se la había hecho don Zárate hacía como veinte años. "Pobre viejo. Hasta debe haber creído que la Piti taba enamorada. Si será pavo, la chinita era linda y re chiquita cuando el viejo enviudó, pero era viva. Cuando se le quedaba en la tienda hasta tarde, sabía bien lo que hacía" -pensó doña Teresa, mientras ponía el agua del mate en el termo.

-¡Pedro! -le gritó a su marido desde la cocina-, los tomamos en la galería, ¿ah?

-Má vale, quiero ver la cara de don Zárate cuando pase. ¡Viejo zorro!

-exclamó don Pedro, mientras a las apuradas se vestía y acomodaba la silla apuntando al camino, como si estuviera en la primera fila de un teatro.

-Má zorra é la Piti. ¿Cuánto hace qu´el hijo del carnicero viene a escondidas cuando el Juan se va a laburar? -respondió la mujer, al tiempo que acomodaba su silla al lado de la mesa de la galería, pero con el mismo horizonte que su marido: el camino de tierra que iba hasta la estancia San José, pero que a mitad de camino pasaba por la casa de Cristina Azcurra, a la que apodaban Piti.

-Bueno, el viejo tuvo una chinita bien tiernita, así que algo tenía que darle, ¿no? -replicó don Pedro, haciendo ruido con el mate.

-A la Piti le salió el tiro por la culata. Se pensaba que al viejo lo iba a tener de las narices, sólo porque le meneaba las ancas. Pero el viejo, aparte de ese rancho e mierda, no creo que le haya pasado una moneda, respondió la mujer, cuando ya iba por el quinto mate.

-Mirá, no sé si no le pasó una moneda. La Piti no trabajó nunca, y al hijo´el carnicero no creo que le saque una chirola aunque lo sacuda al viento, replicó el viejo antes de largar una carcajada.

A doña Teresa no le hacía ninguna gracia el comentario de su marido. Le sonaba a defensa de la "zorra" de su vecina, a la que tuvo siempre entre ceja y ceja, en parte por sus pensamientos serranos, de mujer que no había ido a la ciudad más que para algún velorio, y en parte porque "la Piti" era una amenaza para cualquier mujer del lugar. Si había sido capaz de acostarse con un hombre que le doblaba en edad sólo para que la mantuviera, por qué no podía hacer lo mismo con su marido, aunque más no fuera por un chivo para Navidad. El pensamiento la inquietó, así que se levantó con la excusa de hacer la cama.

Don Pedro se levantó también y le dio de comer a las gallinas, sin dejar de mirar el camino. Ató el burro más cerca del pasto fresco de noviembre, al tiempo que le palmeó la cabeza, como agradecido por el aviso, sin dejar de mirar el camino. Se volvió a sentar, sin dejar de mirar el camino. Sabía que don Zárate tenía que volver por ahí, así que sus ojos se hicieron ranuras, agudos catalejos clavados en el horizonte, ahí en el extremo de la subida por la que el madrugador visitante tenía que regresar.

-Me voy a buscar el pan -dijo doña Teresa, con la bolsa de las compras colgada del brazo-. Ya veo que vo´ no te va´ a mové d´iai... viejo chismoso

-refunfuñó, rengueando rumbo al pueblo.

Como a la hora y media volvió la mujer, apurada, jadeante, con la noticia de que a don Zárate no lo encontraban por ningún lado... que cuando le llevaron el desayuno se encontraron con la cama vacía... que sus hijos ya estaban por salir por la ruta porque tampoco estaba la bici... Lo habían buscado en las casas vecinas, pero nadie lo había visto. El viejo ya tenía ochenta años y hacía días que andaba con la mirada perdida.

-¿Vo´ les dijiste quel viejo ta acá? -preguntó don Pedro, preocupado.

-No dije nada porque me dio miedo que despué´ la Piti venga a hacer escándalo -rebatió la mujer, incómoda por la situación y culposa por su silencio-.

Pensé que ya nostaría ma´ ái... ¿Sigue en la casa´e la rastrera esa?

-Por acá no pasó y vo´ sabé que otro camino no hay -aseveró don Pedro, ya medio inquieto por la complicidad en la que se veía mezclado, sin querer.

-¡Pa qué mierda te levantaste a chusmeá, carajo! -exclamó su mujer, más incómoda que él.

El silencio se apoderó de ambos hasta casi el mediodía, cuando el viejo se calzó el sombrero y le anunció a su mujer:

-Me voy a dar aviso en el pueblo, como quien no quiere la cosa.

-¡Pero y a vo´ qué te importa este asunto!

-No sé, pero no voy a dejar que anden buscando al viejo al pedo. ¿No decí´ vo´ que la Piti é´ una zorra? ¡Algo me huele mal! -exclamó el viejo, ya camino abajo.

Lo que ocurrió a partir de ese momento cambió la vida del pueblo, sobre todo la de don Pedro y doña Teresa, quienes a partir de esa maldita mañana en la que rebuznó el Chelo, fueron muchas veces a la ciudad, y no por nuevos velorios, sino para declarar como testigos en los Tribunales.

-Burro e mierda, mirá cómo nos cambió la vida -se lamentó don Pedro, cuando se enteró que a José Zárate lo había matado el hermano de la Piti porque el viejo les había pedido que se fueran de la casa.

-Claro, seguro el burro tiene la culpa de lo que le hicieron al pobre viejo, -razonó doña Teresa, aunque lamentaba tanto como su marido verse convertida en "testigo clave".

-!Ay! si no fuera por el Chelo -insistió su marido, enojado.