"¿Qué ocurre? ¿Por qué nos citó tan temprano? ¿Nos va a decir finalmente si acepta?", fueron las preguntas de casi todos los que iban llegando al Salón Blanco de la Municipalidad.

Del otro lado, en su despacho, el Intendente miraba por la ventana. Las palomas que tanto preocupaban a los encargados de la limpieza del edificio y la plaza contigua, a él le fascinaban. El despreocupado mundo de esas aves lo condujo a su infancia. Recordó aquella vez que su hermano le enseñaba a cazarlas con la honda. El cuerpo aún palpitante y caliente de la primera paloma muerta lo había entristecido tanto que se había prometido no repetir la hazaña. De hecho, a pesar de que su hermano y su padre eran grandes amantes de la cacería, él nunca se sintió atraído por esa aventura dominguera. Él prefería ayudar a su madre en la cría de palomas mensajeras. Espiaba por horas los movimientos de esas patas incansables; rozaba esas alas inmaculadas y suaves; les ofrecía alimento en sus manos para sentir las cosquillas del picoteo en las palmas. Su madre sonreía ante ese interés infantil... Su madre... ¿Acaso de ella aprendió la caridad bien entendida? Ese afán por ayudar a los niños de la calle, sin dudas le venía de ella. Patente llegaba a su memoria la sucesión de cabecitas inclinadas sobre unos inmensos tazones de leche, en la cocina de la casa... Y pensar que esos comedores que hizo construir en la ciudad para los niños sin hogar fue lo que más le criticaron sus asesores. "¿Cuántos votos nos suma eso?; ninguno", le había dicho su mejor amigo y Secretario Privado. "¿Todo se tiene que hacer por los votos?", reclamó en silencio.

¿Che, qué pasa que no empieza la reunión?, dijo el Subsecretario de Desarrollo Social, sentado en una de las sillas del Salón Blanco.

Otra vez se puso pensativo, respondió entre risas el Secretario de Finanzas. A lo mejor no quiere, aventuró el Secretario Privado que acababa de llegar.

¿Cómo que no quiere? ¿Vos sabés algo?, preguntó con preocupación otro de los recién llegados.

No, nada. En esto ha sido una tumba... Ni una palabra a nadie, se apuró a responder el interrogado ¡Lo único que falta es que no quiera!, exclamó el encargado de las finanzas, nuevamente entre risas. 

"Ése es como un estilete clavado entre la quinta y la sexta costilla", pensó el Intendente al escucharlo. Cada vez que proponía alguna acción en beneficio de los más necesitados, él venía con todos los informes financieros para certificarle que "eso no se podía hacer". Le rebatía todos los argumentos con los números. Para él también las acciones se dividían en votos a favor y votos en contra. "¿Una sala de pediatría en el hospital? ¿Para qué? Al hospital asisten las madres de tres barrios de la ciudad... ¿Cuántas serán? Ochenta o cien... Puedo conseguir los números exactos. El resto son de las localidades vecinas. ¿Vamos a construir una sala para los que no nos pueden votar?". Su punto de vista, sin dudas era irrebatible desde la perspectiva eleccionaria. De hecho ambas acciones sólo se concretaron cuando la tendencia de voto vino de la mano de la acción social... "Menos mal que ayudar a los pobres se puso de moda", pensó. Pero eso no lo hacía feliz. Él no quería actuar por designio de la moda. Su madre era así. Recordó que dejó de interesarse por el tazón de leche en la cocina, cuando su marido, Intendente por dos períodos consecutivos, llamó a la prensa para que publicara un artículo sobre lo que hacía su esposa. Podía recordar el desprecio con el que ella leyó el titular del periódico: "Alimentados por la primera dama". Sin dudas, él había heredado ese espíritu. "Espíritu débil y sensiblero", según la expresión de su padre. Algo parecido escuchó de su Secretario de Finanzas y hasta de la Subsecretaria de la Niñez.

Cuando finalmente abrió la puerta, una veintena de pares de ojos se clavaron en él. Esperaban su decisión. La venían discutiendo desde hacía meses, pero el Intendente tenía la última palabra. Atrás quedaban las numerosas reuniones que se habían sucedido en los despachos y hasta en las cafeterías del centro de la ciudad. Él era quien tenía la última palabra: 

-Lo siento - dijo-, no cuenten conmigo para las próximas elecciones.

Fue lo único que dijo, antes de salir y despertar un murmullo similar al de las palomas en las ventanas de la Municipalidad.