Solo treinta
-Mamá, son solo treinta libros.
- ¿Y quién dijo que tienen que ser nada más que treinta?
-La repisa. ¿No ves que entra esa cantidad más o menos? Ésta que te traje está hecha según las reglas de Marie Kondo.
-Me cago en la Kondo entonces.
-¡Mamá! Boca sucia fuiste siempre, pero insultar a las personas, nunca.
-Bueno, ahora es una persona la que me está complicando la vida, qué querés.
-¡No apiles más libros arriba de los que acomodaste! Se va a caer la repisa... Si te ponés caprichosa así, te venís conmigo a Canadá.
-Prefiero quedarme en este geriátrico. Lo elegí yo, bien a conciencia. Vos sabés que dejar la ciudad donde están mis amores vivos y muertos, no es lo que puedo aceptar... Me voy a enfermar si seguís insistiendo. Andá nomás a Canadá... y tranquila, porque aquí estaré muy bien. ¡Hasta internet tengo!
-La decisión de venir aquí fue tuya, pero podés cambiar de idea. Mi casa en Toronto tiene las puertas abiertas para vos.
-Lo sé hija, pero prefiero así.
-¿Qué hago con esta otra caja de libros?
-Dejala en un rincón. Se la voy a dar a la tía Nora. A ella también le gusta leer.
-No creas que me podés engañar. Mirá que si no, cuando vengan a limpiar te sacan la caja a la calle.
Madre e hija tardaron como una hora en despedirse. Los abrazos, con el paso de los minutos se hicieron más prolongados y las lágrimas más saladas. Seis meses parecían una eternidad para volver a verse.
Una vez sola en su habitación, la mujer, como niña traviesa, cerró la puerta, quitó el colchón y acomodó los libros de la caja sobre las tablas de la cama. Ya había hecho la prueba en su casa: los había alineado a lo ancho y a lo largo. Sabía que los elegidos, con uno que otro codazo, cabían muy bien a lo largo. Tal vez no les gustara la oscuridad, pero el estante Kondo tampoco era una biblioteca con todas las letras. La risa le fue brotando cada vez más alegre a medida que comprobaba que, como en su casa, podía esconder los que pensaba releer hasta el cansancio: Caracol Beach; Teoría del desamparo; Ficciones; Deshoras; Relato de un náufrago; El militante; El fantasista; El reparto; Todo queda en casa; los Cuentos completos de Cortázar y Castillo, además de varias selecciones de cuentos y microrrelatos.
Tironeó del colchón hasta reubicarlo en su lugar.
Acomodó con suma prolijidad sábanas, colcha y cubrecama. Restaba pensar en alguna
forma de soborno cuando fueran a cambiarle las sábanas. No sería difícil. Después
de todo, no violaba ninguna regla: en el espacio Kondo había solo treinta.