Mi tren

28.09.2017

Pasa el tren nuevamente. Recordé la época en que venías en el último de los viernes por la tarde, cuando regresabas de tu labor de maestro, en esa escuela rural en medio del campo. Y yo corría a recibirte, buscándote entre los pasajeros, las valijas, las cajas y los envíos del correo; entre el humo de las máquinas, tan espeso que se despejaba más allá del andén y las vías; entre los perros que se peleaban por los restos de comida que arrojaban desde las ventanillas; entre la ansiedad y la alegría que se me había acumulado en la garganta en el tiempo de espera. Te imaginé bajando, con tu valija de cartón, mirando a un lado y el otro, buscándome, y yo diciéndote "al fin", suave, pausado, para que no se me saliera el sentimiento en la voz. Y ahí te veo. Ya no reparo en las luces, el humo, la gente, los perros ni las cajas. Siento tu abrazo a la altura de los hombros y la cintura; aspiro el perfume de tu saco azul y te digo que estás muy elegante con ese traje. "El veintiúnico", bromeas, con esa risa que forma un hoyuelo en tu mejilla izquierda. Y yo beso hoyuelo y mentón una y otra vez, y saboreo ese beso húmedo, gusto a caramelo de eucaliptus, que me das. De repente recuerdo algo; desanudo el abrazo y te digo: "ya no hay estación; ahora es biblioteca". Lo hago mirándote a los ojos sin pestañear, para que no veas en qué convirtieron el lugar de nuestro reencuentro. No te interesa la estación, me contemplas de manera indefinida y acomodas ese rulo rebelde que siempre me cae sobre la frente. Disfruto del roce de tus manos sobre mi cara y rearmo el abrazo. "No te dejaré ir nunca más", pienso. Es entonces cuando te escucho decir: "éste es el último tren. Vine a buscarte. ¿Te gusta la idea?".