Esperanza

07.12.2020

En el reino de la esperanza no hay invierno. 

Proverbio ruso

Hace años que doña Benita, todos los viernes a las cinco de la tarde, espera en la misma parada de colectivo. Con cuarenta y dos grados o temperatura bajo cero, con la sequía o con la lluvia, se la ve ancha y tiesa como tótem, a metros de la ruta que viene de San Salvador de Jujuy y sigue hasta La Quiaca. Sus ojos, como ojales de un abrigo viejo, con los años se han ido resquebrajando por los costados y caído sobre las grietas que el paso del tiempo y los vientos le fueron dejando en su rostro coyino, pero no falta ni un solo viernes. Ella, que nunca salió de su pueblo de un puñadito de habitantes, es capaz de reconocer desde lejos el coche semi-cama que espera. 

A veces a las cinco y media, a veces a las seis, cuando el sol ya rasca la montaña del otro lado, el colectivo hace chirriar los frenos, levantando una leve polvareda en la banquina, muy cerca de la anciana. Algunos bajan, casi nadie sube. Ella no mira a los que suben, pero les pregunta a los que bajan:

- ¿No me la han visto a la Rosita, allá en la ciudá?

Algunos le responden que no, otros la evitan. Nadie se atreve a decirle que su hija tal vez no vuelva. Todos sospechan que cuando fue a buscar trabajo a la ciudad terminó en la prostitución. Y de eso, hace tanto tiempo que ya nadie puede contar los años. Cuando el colectivo arranca, doña Benita vuelve a su casa y guarda la comida que preparó para su hija. "El próximo viernes; Dios y la virgencita así lo han de disponer", dice para sí misma, mientras se acuesta, luego de su oración a la Virgen María, en la que solo pide que a su niña "la mantenga sanita