El estigma

19.05.2020

Tengo tres perros peligrosos:

la ingratitud, la soberbia y la envidia.

Cuando muerden dejan una herida.

Martín Lutero


Norberto y Herminio tenían una relación de jefe y empleado muy respetuosa. Capataz el primero y peón el segundo, trabajaban juntos desde hacía dos años en la estancia de Violeta Carrizo, viuda de Urrutia, anteriormente viuda de Taquini. En realidad Herminio Velazco, ahora cincuentón, era uno de los peones de la estancia desde su adolescencia, cuando tuvo que remplazar a su padre fallecido, para procurar el sustento para su madre y sus dos hermanas más pequeñas. Norberto Cuello había llegado a la estancia "Los Vascos" después de la muerte del segundo marido de su propietaria. Por casualidad, se encontraba a unos kilómetros de allí, sin trabajo, cuando hacía un mes de la nueva viudez de la dueña de "Los Vascos". Ella se había casado con su capataz, de modo que en un solo acto se quedó sin marido y sin dirección de las faenas campestres. A Cuello le mencionaron que la viuda buscaba un nuevo administrador y así se convirtió en el nuevo capataz de la estancia.

Sus conocimientos y diplomacia lograron que la peonada lo respetara de inmediato. Herminio había sido el primero, pero para él Norberto Cuello tenía un trato especial: no se podía decir que eran amigos porque sólo hablaban de trabajo y se trataban de usted, pero se entendían a veces solo con mirarse.

Después de dos años y cuando había concluido la cosecha otoñal, Norberto, a solas con Herminio dijo:

- A mediados del mes que viene se va a tener que encargar de todo porque me caso con la patrona.

Herminio miró lejos y no respondió. El capataz, sorprendido por lo que creyó temor a la responsabilidad que le concedía, preguntó:

- ¡Epa! ¿Arrugó por la tarea o tiene miedo que no le pague lo suficiente?

- No es eso. Me parece que Usté no sabe algunas cosas que tendría que saber, dijo sin despegar la mirada de la punta de sus alpargatas.

- ¿Cómo qué?, requirió Norberto, intrigado.

Incómodo, Herminio se mantuvo un rato en silencio, haciendo girar su boina entre las manos hasta que se decidió y mirando de frente a su jefe, habló con total sinceridad:

- Me parece que no sabe de qué murieron los anteriores maridos de la patrona.

- No, no lo sé. ¿Es importante que lo sepa?, preguntó cada vez más extrañado.

-Ninguno de los dos pasó de la noche de bodas. Uno murió... durante...

y el otro... después de... Usté ya sabe qué. Acá los recuerdan como "El Durante" y "El Después". Usté me entiende.

Norberto largó una risotada antes de responder:

- A lo mejor eran medio flojos mis antecesores, amigo. Mientras no los haya envenenado, me quedo tranquilo.

- Acá se dice que ella tiene algo que enloquece al hombre que elige como marido... A lo mejor son sólo chismes. No me haga caso.

- Tal vez eran hombre sin experiencia con mujeres. Sin entrar en detalles, debo decirle que a mí no me vuelve loco una hembra tan fácilmente.

- Ta bien... disculpemé. Es que las mujeres de la estancia son chismosas y andan diciendo que ella nunca se le entrega a un hombre antes de casarse y que el motivo es ése. A Usté seguro no le pasó eso y como decimo por acá: ya sabrá si es jinete pa esa potranca, sin querer faltarle el respeto a la patrona; ella siempre ha sido muy güena. Por supuesto cuente conmigo pa lo que haga falta y que sea muy feliz, patrón.

La conversación, luego de arreglados los detalles de las faenas que quedarían para la ausencia de quince días de los recién casados, terminó dentro del marco de amabilidad que los caracterizaba. Pero Norberto se quedó pensando en una sola frase de Herminio: "ella no se le entrega a ningún hombre antes de casarse". Palabras más, palabras menos, Violeta le había dicho lo mismo. Eso lo puso nervioso y no logró dormir bien hasta el día de la boda, por más que se repitió hasta el cansancio que eran pavadas de campesinos. Una leyenda trazada en torno a Violeta.

El día de la boda, apenas salieron de la capilla, dentro del automóvil que trasladaba a los recién casados al lugar de la fiesta, Violeta pegó sus labios al oído de su marido y le susurró sensualmente: "no sabés lo que te espera esta noche". Él sintió que todo el cuerpo se le electrizaba, aunque solo atinó a sonreír.

Ya en la fiesta, mientras el aroma del asado a las brasas inundaba todo el recinto, el centenar de invitados gritó al unísono: "¡que se besen, que se besen!". Ese beso, a Norberto le pareció una eternidad porque Violeta hacía galas de una pasión inusitada. Hasta ese momento ellos habían intercambiado besos y caricias, pero nunca como esa, prolongada, apretada, casi inadecuada exploración de su boca, delante de tanta gente. Trató de no ponerse nervioso, pero sus ojos se cruzaron con los de Herminio, quien desde la parrilla parecía decirle "se lo dije". Al recién casado se le aflojaron un poco las piernas y tuvo que hacer un esfuerzo para sobreponerse.

Una vez sentados a la mesa, la flamante esposa deslizaba de tanto en tanto una de sus manos en la entrepierna de su marido por debajo del mantel y lo acariciaba con apetencia descarada. Él pegaba un respingo cada vez que ella arremetía y se tomaba un vaso de vino para soportar la fiebre que crecía en su pantalón. "Diablos, Herminio tenía razón"; "si en la fiesta es así, qué me espera después", pensaba mientras ingería un vaso tras otro.

Más intentaba mantener la cordura Norberto, más osada eran las caricias de Violeta: un susurro, una mordisco en el lóbulo de la oreja o en el cuello; un frotarse contra su cuerpo, un roce de sus uñas a lo largo de su camisa... y todo seguido de "no sabés lo que te espera esta noche".

Tanto vino bebió Norberto que antes de partir para la noche de bodas, cayó redondo al suelo. El médico del pueblo, invitado a la fiesta, intentó reanimarlo pero fue inútil. Recurrió a todas las técnicas conocidas y nada. La boda terminó en velorio. "La patrona perdió a su marido antes de la noche de bodas", fue el comentario a partir del momento en que Norberto Cuello pasó a ser "El Antes".