Difícil de explicar

29.11.2018

Tenía que buscar a mi mujer, quien pasaba dos mañanas por semana con su tía Alcira.

Una vez más inventé una excusa laboral para no almorzar con ellas. Comer junto a la anciana me ponía de muy mal humor: el chasquido de sus dientes postizos y la baba que le corría junto a la sopa que casi nunca tragaba bien, era demasiado para mí. Podía atravesar toda la ciudad hasta ese barrio de calles de tierra, donde había que jugar al tejo con los baches, esquivar perros, gallinas y hasta gansos, pero comer con Alcira, no. Mi mujer adoraba a su tía y parecía ni darse cuenta de mi desagrado. La llamaba mami por el hecho de que la había criado desde muy pequeña y la miraba solo con ojos de ternura infantil. Estoy convencido de que los huérfanos son doblemente agradecidos con sus madres sustitutas. Eso no influía en el fastidio que me producía esa vieja, a la que nunca pude decirle tía... Después de todo no lo era. Ella correspondía a mis sentimientos con una mirada de qué me importa, al tiempo que le preguntaba a mi señora: "¿quién es?", como si su cerebro no le funcionara bien. ¡Razona mejor que yo la muy bruja!

Ese día, como tantos otros, me las ingenié para llegar después de las dos de la tarde, cuando Alcira se iba a la cama para su acostumbrada siesta. Un beso y que descanse bien resultarían más que suficiente.

Asomé la trompa de la camioneta en el puente de la entrada a la casa, pero apunté mal y terminé con una rueda casi sobre la zanja de la de los vecinos. En realidad toda la cuadra tenía unas acequias profundas porque los terrenos eran muy altos con respecto a la calle, pero en esa casa la maleza había desdibujado los bordes del foso. Muertos los dueños hacía un par de años, los hijos, en conflictos de herencia, podaban el pasto cuando la queja de los vecinos amenazaba terminar en multa municipal. Preferí hacer marcha atrás y dar la vuelta a la manzana.

Cuando llegué a la esquina giré a la derecha, pero el panorama no tenía nada de lo que esperaba encontrar allí. A medida que avanzaba, el clima se tornaba más caluroso y la vegetación cambiaba... Bueno, en realidad no sé si cambiaba porque esa cuadra no la conocía. ¿Había doblado en un pasaje? Todo era muy extraño. Seguí avanzando en medio de un entorno que dejaba de ser urbano para tornarse casi selvático: palmeras y helechos bordeaban la calle que perdía sus orillas hasta reducirse al ancho de un sendero desparejo. Era primavera y sin embargo el calor se tornó agobiante, pegajoso, con mosquitos del tamaño de avispas. Me bajé de la camioneta y seguí a pie, más por el afán de espiar lo que había más adelante, que por deseos de continuar. Transité el sendero entre plantas que castigaban mi cara, a los sopapos con los mosquitos, hasta que mis pies pisaron el filo de una piedra. Abajo: ¡una laguna! Una laguna de aguas verdes, quietas, hipnóticas. Quedé tieso, contemplando cómo unos niños nadaban en la parte más esmeralda de ese increíble y extraño estanque natural, salvaje, de esos que sólo se ven en lugares caribeños. Me atacó una risa estúpida que delataba mi extrañeza, pero a la vez busqué con los ojos por dónde bajar a refrescarme en esa maravilla, cuando divisé, abajo entre el follaje, dos cocodrilos... "¡Cocodrilos!", exclamé y reculé. A mi lado apareció un militar con vestimenta camuflada, mate en mano y termo bajo el brazo, quien con amplia sonrisa me dijo: "no tenga miedo, son dos hembras muy pacíficas; las hemos bautizado Berta y Clara"..." En vez de sorprenderme aún más de lo que ya estaba, manifesté mis recaudos: "Berta y Clara parecen peligrosas". Las palabras salieron pastosas, como si la lengua no pudiera moverse dentro de mi boca. También quería saber cómo es que había una laguna en medio de la ciudad, pero trastabillé en el canto de la piedra donde estaba parado.

En ese instante escuché una voz femenina que decía: "En estos trances, todos hablamos estupideces". Abrí los ojos. Estaba en una cama de sábanas blancas y junto a ella mi mujer con cara de ya vas a ver cuando salgas de ésta. A su lado la dueña de la voz, Alcira, quien entre risitas burlonas me soltó: "¡Mire que venir a nombrar mujeres mientras sale de la anestesia!".