Amar

05.08.2020

La experiencia nos enseña que amar no significa en absoluto mirarnos el uno al otro, sino mirar juntos en la misma dirección. Antoine de Saint-Exupéry


Dejó de leer el diario para mirar a Ernestina, su Ernestina... ¿Podía decir su amada Ernestina? Por supuesto, se respondió, como evitando cualquier duda traicionera. De haber seguido la lectura, tal vez ni se lo habría preguntado. Pero se le ocurrió mirarla con detenimiento... No como un esposo tierno que observa a su compañera de treinta años de matrimonio y cinco de noviazgo, sino como un médico forense que investiga un cadáver: escrutando cada rincón. Ernestina tejía encorvada, con los anteojos en la punta de la nariz. De tanto en tanto miraba en una revista las indicaciones sobre el punto con el que estaba dándole forma a los escarpines del nieto que nacía en esos días. Su papada formaba un pliegue junto al mentón. Los ojos y la nariz, por el esfuerzo de la lectura, apilaban arrugas horizontales. Sus manos, bastante regordetas, subían y bajaban la lana, en un juego entre creatividad y destreza, lograda en años de tejer para hijos y sobrinos, sublimado ahora en el deseo de mimar a Marquito, como ya llamaba al bebé. Más se inclinaba Ernestina, más se le veían las canas que el rubio claro del tinte mensual ya no lograba tapar. La humanidad de Ernestina, desparramada en el sillón como bolsa llena de líquido, nada recordaba del cuerpo de guitarra que lo había cautivado en aquel baile de barrio.

Cuántos años de llevar a los niños a la escuela, al médico, a la plaza, a la playa. Cuántos viajes del patio a la puerta para sacar la basura, de la casa al supermercado, del comedor al dormitorio. Cuántas preocupaciones porque "el sueldo ya no alcanza". Cuántas deliberaciones entre cambiar el auto o terminar la pieza de los chicos; viajar o ahorrar para el casamiento de los hijos. Cuántas discusiones porque "te olvidaste de", "no te das cuenta que" o simplemente "qué comemos hoy". Cuántos abrazos... Cuántas lágrimas... Cuántas risas... Cuántas conversaciones... Cuántas miradas.

Ajena a la autopsia emocional de su marido, Ernestina dejó el tejido en un rincón del sillón y preguntó:

- ¿Adolfo, querés que haga unos mates?

- Dale, respondió, mientras regresaba a la noticia del día: Sexagenario asesinado por su mujer. Le habría dicho que ya no la quería.