Aceptando lo incomprensible
"Vaya uno a saber si Ángel sería capaz de creer en la noche de los deseos después de aquel incidente", pensó Clara y de inmediato reconstruyó en su mente aquella situación.
Era un domingo de invierno, en esa misma casa, en una reunión en la que estaba con tres de sus amigos: Ángel, Huberto y su esposa, Elisa. Tal vez porque era de noche o porque hacía mucho frío, empezó la rueda de anécdotas extrañas. Huberto, relató que cuando él hizo el servicio militar, durante una guardia, en una noche helada de invierno, delante de sus ojos desfiló un grupo de soldados, no más de diez, como haciendo la ronda nocturna, pero lo extraño era la vestimenta de los soldados. Todos estaban vestidos con un uniforme inexistente en esa época: de color azul, con una doble banda blanca cruzándoles el pecho y con armas muy antiguas; Elisa relató que en su casa de campo siempre había ruidos extraños y Clara contó lo ocurrido con la carta que le había escrito a Nilda. Ángel, en tono de broma exclamó "espero que a mí no me avises que me voy a morir, Clarita". Ella, en el mismo tono, le respondió "quién te dice que no seas vos quien me dé el aviso".
Dos semanas después, Ángel viajó a la montaña para sumarse a un grupo que hacía el cruce de las altas cumbres. Al sexto día de la travesía, Clara sintió un frío terrible en pleno enero. No había abrigo que le alcanzara. Terminó consultando a un médico, quien le dijo que podía tratarse de un golpe de calor. Ella replicó que efectivamente había ido al río, pero había permanecido siempre a la sombra. El médico casi ni escuchó el comentario, le recomendó eliminar los abrigos, tomar mucho líquido en pequeños sorbos y no exponerse al aire por tres días. Al día siguiente, a la sensación de frío se le sumó la de dolor en las articulaciones y en los oídos. Al segundo día de los síntomas, Ángel le telefoneó para contarle que en la montaña se habían quedado aislados por dos días a causa de los fuertes vientos, que había tenido un principio de hipotermia, que por suerte los salvaron a tiempo, pero lo más loco que le había ocurrido es que en medio de todo eso escuchó la voz de Clara diciéndole "de esto no te vas a morir".
"Te juro que no podía creerlo, pero tu voz sonó nítida", repetía incansablemente Ángel, cuando se reencontraron, después del viaje.
Él siempre había descreído de lo inexplicable.
Era matemático, todo lo que pudiera rozar lo misterioso le provocaba risa. Muy
diferente fue su actitud cuando se volvieron a reunir en casa de Clara. Abría muy
grandes los ojos, las palabras se le atropellaban y cada media oración decía
"no lo podía creer". No se cansó de decir que sintió la compañía de su amiga
junto a él. Estaba emocionado, casi feliz por lo ocurrido. Clara, en cambio,
experimentó miedo, como a los doce años, cuando escribió la carta a su prima,
pero esta vez era por la impresión que le causaba este nuevo tipo de
presentimiento. Ese modo telepático no estaba en sus planes, la desacomodaba.
Pero claro, como aquellos otros episodios, había que aceptar nomás.